El
mundo con su espeso crepitar nos impide sabernos sujetos poseedores de la
mágica chispa de los acontecimientos. Nos acostumbramos a la
cotidianidad aberrante que nos hace
avanzar por un manglar infecto de costumbres a las cuales nos vamos pegando lentamente
hasta que nos volvemos sujetos de formas ortodoxas, olvidamos la magia que
pulula en los días – en el instante
mismo donde la vida se construye de maneras alternas-.
Los
recursos estéticos, el arte como instrumento de denuncia y de defensa contra
los actos cotidianamente soporíferos, las manifestaciones arbitrarías – por no
tener relación con las formas comúnmente guardadas- se convierten, entonces, en el paladín de
batalla de la mágica concepción de los mundos.
El
punto en concreto no es el establecernos como artistas creador inmediatos. Es
vivir directamente en relación con las creaciones artísticas – no como
construcción manual, sino como identificación sensitiva de la magia latente
dentro de cada acto de la vida, dentro de cada sujeto que camina por el mundo.
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